Doce razones por las que sí hemos sido una amenaza para EE.UU

Psuv
Gráfica: Cortesía

Alguna gente se decepcionó porque Joe Biden no derogó, sino que ratificó la orden ejecutiva de 2015, calificando a Venezuela como una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de Estados Unidos.

Bueno, haber tenido la esperanza de que la derogara era, de por sí, bastante iluso, sobre todo porque el señor Biden parece ser otro subpresidente (tal como el de Colombia), y no va a echar para atrás un decreto de su propio jefe político, Barack Obama.

Pero, además, si se estudia con profundidad la historia reciente, hay que decir que sí, que en honor a la verdad Venezuela ha sido una amenaza inusual y extraordinaria, no para la seguridad de EE.UU, sino para su hegemonía imperial, solo que para la élite gobernante de esa nación ambos conceptos vienen a ser la misma cosa.

A continuación se enuncian, muy por encima, doce de las razones por las que hemos sido una amenaza para la superpotencia:

1) La rebeldía ante las recetas neoliberales. Tomando en cuenta una efeméride que conmemoramos recientemente, podría decirse que Venezuela comenzó a desempeñar ese rol de amenaza para EE.UU incluso antes de que Hugo Chávez apareciera en escena. Fue en febrero de 1989, cuando, sin organización ni plan, el pueblo demostró que los programas de ajuste neoliberal que el poder imperial norteamericano (ya en vías de ser omnímodo) esperaba imponer en todo el Tercer Mundo, no podían darse ya por impuestos, como lo planteaban sus propagandistas. En todo caso, quedó en evidencia que en muchos casos la aplicación tendría que hacerse por las malas, a sangre y fuego.

Si se hace un ejercicio de simulación histórica, uno puede llegar a la conclusión de que sin el factor Venezuela en el desarrollo de los acontecimientos posteriores a la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, habría sido muy distinto. Sin el brote de rebeldía del Caracazo, la instauración del neoliberalismo habría sido –probablemente- cuestión de coser y cantar. El Sacudón le echó a perder la fiesta a los tecnócratas que creían sabérselas todas, pero que en sus complicadas ecuaciones no habían puesto a las masas hambrientas.

2) Ruptura doctrinal en las Fuerzas Armadas. El 27 de febrero mostró, en toda su terrible dimensión, el rol que, según los planes de EE.UU, debían cumplir las Fuerzas Armadas en la posguerra fría: El de gendarmes de los programas de ajuste macroeconómico para acallar a los pueblos. Pero en Venezuela, ese bárbaro papel produjo una reacción interna que terminó por sumarse a movimientos previos de corte nacionalista y anticorrupción que estaban allí latentes y que abandonaron su estado larvado el 4 de febrero de 1992. La ruptura doctrinal en el campo militar fue un revés premonitorio para la fórmula que EE.UU había impuesto en todo el continente, un modelo rabiosamente anticomunista, signado por la terrorífica Escuela de las Américas, alma mater de las más sangrientas maquinarias represivas que han operado (y operan) en dictaduras o en aparentes democracias de la región.

Una vez en el ejercicio del gobierno, años después, Chávez habría de profundizar hasta niveles sin precedentes, ese divorcio con EE.UU en el escenario castrense, con políticas como la alianza cívico-militar e, incluso, en un punto neurálgico para el poder fáctico de EE.UU: El equipamiento militar, es decir, el negocio de las armas.

El 4 de febrero fue entonces una ruptura del rol de las fuerzas armadas como cancerberos del orden económico impuesto por la unipolaridad. Se suponía que esa función se apoyaba en un patrón monolítico, entre otras razones porque era una estructura militar modelada por EE.UU desde las escuelas de formación de oficiales y, además, estaba bajo el estricto control político de los partidos dominantes, asociados a las oligarquías y al mismo poder imperial.

3) La vía electoral repotenciada. Luego del 4F, cuando asumió la ruta electoral, Chávez se consolidó como amenaza porque el fenómeno político en sí mismo puso de manifiesto que las democracias tuteladas por EE.UU en América Latina (sucedáneas de cruentas dictaduras orquestadas por Washington) no iban a poder funcionar de la forma en que, o venían haciendo, si prescindían del componente de una cierta redistribución de la riqueza en favor de las mayorías pobres. Y eso era, precisamente, lo que les estaba exigiendo la doctrina neoliberal.

Si los partidos tradicionales de cada uno de estos países (en Venezuela, Acción Democrática y Copei) pretendían gobernar dentro de un cierto marco de concordia, como lo habían hecho las décadas anteriores, pero con modelos económicos cada vez más inequitativos, estaban condenados a perder las elecciones frente a propuestas alternativas de fuerte raíz popular. Ese, por cierto, sigue siendo su dilema y es por eso que ahora EE.UU y sus aliados locales buscan las mil y una excusas para no medirse en el voto popular, para intervenir en los procesos de consulta y para reemplazarlos por las llamadas operaciones de cambio de régimen, que van desde las revoluciones de colores hasta los golpes de Estado tradicionales.

4) Procesos constituyentes. Pero eso no es todo lo que puede atribuirse al Chávez originario en este expediente que condujo al país a ser tachado de amenaza para EE.UU. El proyecto que el Comandante encarnó fue directo y de inmediato a desmontar un aspecto fundamental del modelo de las democracias “bien vistas” por EE.UU: La casi imposibilidad de modificar las normas constitucionales establecidas mediante pactos de élites como el de Punto Fijo. Al proponer y llevar a cabo el proceso constituyente abierto, Chávez puso en revisión un principio que la clase dirigente estadounidense ha tratado de vender como dogma al resto del mundo, y muy especialmente a su “patio trasero” latinoamericano: El de la inamovilidad de las constituciones, que solo pueden ser modificadas por conciliábulos, sin participación de las mayorías.

Chávez ofreció (fue su promesa básica electoral) y logró poner en marcha una Asamblea Nacional Constituyente de corte popular, asambleario, tumultuoso, es decir, opuesto al esquema propio de las democracias latinoamericanas y certificado por EE.UU, en el que las constituciones solo pueden ser reformadas por elites partidistas y expertos iluminados.

Más recientemente, Venezuela demostró que los procesos constituyentes pueden ser, incluso, un recurso para restaurar la gobernabilidad y enfrentar ataques concertados por factores externos. Por eso, la experiencia dejada por la ANC de 2017 es otro de esos ejemplos que EE.UU quisiera haber abortado e hizo todo para conseguirlo.

5) Faro de la integración alternativa. La Venezuela del siglo XXI asumió la tarea de fomentar la integración alternativa latinoamericana y caribeña, un propósito contra el que EE.UU ha luchado siempre, desde que saboteó los planes de unión de Simón Bolívar hace 200 años, seguidos luego por los esfuerzos de Francisco Morazán, en Centroamérica, y por otros vanos intentos de confederación siempre torpedeados por Washington.

En este punto es tal vez donde el carácter de amenaza de Venezuela ha llegado más lejos, pues la Unión de Naciones del Sur (Unasur), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, Tratado de Comercio de los Pueblos (Alba-TCP) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) son experiencias concretas que llegaron a desplazar casi por completo a la muy proimperialista Organización de Estados Americanos (OEA).

Especial urticaria causaron, en los tiempos del auge económico, las actitudes de solidaridad y cooperación internacional de Venezuela, ejecutadas a través de Petrocaribe. Un «mal ejemplo» como ese tiene que ser considerado como una amenaza en un mundo guiado por el afán de lucro desmedido.

6) El hito del Alca. Uno de los momentos notables de esta confrontación entre conceptos de integración, está referido al aspecto económico, es decir, el más sensible para la élite norteamericana. Se trata del boicot que encabezó Venezuela al proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (Alca), mediante el cual EE.UU esperaba ponerle un candado al continente completo como fuente de materias primas baratas y mercado obligatorio para los costosos productos comercializados (ya ni siquiera manufacturados) por la superpotencia.

Al mirarlo en perspectiva histórica no es difícil atribuirle al hito del Alca un peso fundamental en la carrera que llevó a los políticos de ambos partidos de EEUU a catalogar a Venezuela como amenaza para su seguridad. Fue un golpe demasiado noble, que debe ser vengado.

7) Rechazo a la línea «antiterrorista». Algún día se sabrá la verdad sobre los infames atentados de Nueva York, pero lo que sí estuvo claro desde el mismo año 2001, es que Chávez fue el único líder del hemisferio que se atrevió a romper la forzada unanimidad respecto a la línea asumida por el gobierno de George W. Bush, que se arrogó el derecho a destruir países enteros con el pretexto de la lucha antiterrorista.

El reclamo del presidente venezolano ante los desafueros cometidos en Afganistán lo convirtió de inmediato en candidato a ser derrocado. Siete meses después del 11S, ocurrió el golpe de Estado, del que Chávez logró volver, redoblando así la «cuenta pendiente» que siempre le llevó la pandilla gobernante de EE.UU, y que ha pasado como herencia al presidente Nicolás Maduro.

8) Política contra la droga. Para tachar a un país pequeño como Venezuela de amenaza a su seguridad nacional, EE.UU recurre a toda clase de reforzados descaros. Uno de los más flagrantes es afirmar que lo es por incumplir sus estándares en materia de lucha contra la droga. En rigor, si EE.UU quisiera considerar amenaza a algún país por ese punto, tendría que empezar, obviamente, por Colombia.

La razón real -en lo que toca al tema del narcotráfico- es que el gobierno bolivariano también se le escapó del redil en este aspecto, al ordenar la salida de la misión de la agencia antidrogas estadounidense (DEA) y asumir una política soberana en ese ámbito, que adquiere rango estratégico por ser Venezuela un país limítrofe con el mayor productor y exportador de droga de este lado del planeta, una nación gobernada por una oligarquía hostil al proceso político que se ha vivido de este lado de la frontera.

Con esa política independiente, Venezuela ha tenido notorios y sostenidos éxitos en el control del narcotráfico, mientras Colombia, pese a la presencia activa no solo de la DEA, sino también de las bases militares de EE.UU, produce ahora más droga que en los nefastos años de Pablo Escobar. Esa evidencia de que algo está funcionando al revés en la muy supervisada Colombia, es también una amenaza para el statu quo estadounidense. Quedan demasiado al descubierto.

9) Entorno comunicacional. La Venezuela bolivariana es una amenaza para EE.UU, país sede de varios de los mayores medios de comunicación globales y de las plataformas digitales para las nuevas formas de comunicación de masas. No lo es porque Venezuela haya logrado desarrollar músculo tecnológico suficiente para enfrentarlos ni mucho menos para derrotarlos, sino porque ha sido capaz de resistir los embates de esa poderosa maquinaria a lo largo de dos décadas.

No es por casualidad que los proyectos exitosos como Telesur hayan sido satanizados, bloqueados y censurados en EE.UU y sus satélites. El ejemplo de comunicación alternativa es demasiado subversivo para los dueños del aparato mediático mundial.

10) Alianzas multipolares. Después de la Guerra Fría, y ALCA mediante, toda América debería ser dominio absoluto de las corporaciones estadounidenses. Pero 30 años después, dos nuevas potencias, China y Rusia, han emergido en el mundo y han osado pisarle el «corral» a EE.UU. Venezuela tiene algo de responsabilidad en eso. Así aparece otra de las causas por las que se le tilda de amenaza inusual y extraordinaria.

11) Resistencia a los cambios de régimen. Tal vez una de las razones por las que más se merece Venezuela ese título -que visto desde esta perspectiva resulta muy honroso- es la extraordinaria capacidad que ha demostrado para resistir toda suerte de ataques e infortunios, sin ceder a las muy elaboradas y bien pagadas operaciones de cambio de régimen.

Golpes de Estado, sabotajes petroleros, alzamientos mediáticos de altos oficiales, invasiones de paramilitares y de mercenarios, el fallecimiento del líder fundamental, intentos de magnicidio, guerra económica interna, ataques a la moneda, campañas para incentivar la emigración masiva, sabotajes eléctricos, la farsa de un gobierno encargado, robo de activos, dinero y oro depositados en el exterior, medidas coercitivas unilaterales, bloqueo económico, boicots electorales y a los procesos de diálogo. Nada de eso ha podido con el aguante de la gente. Sin duda, un país con un pueblo así es una verdadera amenaza.

12) Y así llegamos al socialismo. Curiosamente, los avances hacia el socialismo bien podrían ser considerados como uno de los últimos factores en cualquier lista de causas por las que Venezuela es una amenaza para EE.UU.

Los mismos líderes (empezando por Chávez, en su tiempo, y por Maduro, actualmente) han reconocido que tales avances han sido pocos. Las feroces campañas mediáticas hacen ver que los problemas de Venezuela son consecuencia de su «régimen socialista», pero en términos concretos, el país nunca ha dejado de estar bajo el modelo capitalista.

En este momento, luego de casi una década de guerra económica interna, medidas coercitivas unilaterales, bloqueo extranjero y brotes de violencia política ultraderechista, estamos más lejos aún de la meta socialista. El asedio criminal, sumado a la incidencia de la corrupción y al éxito de visiones reformistas dentro del gobierno, han incluso generado retrocesos en este terreno.

Sin embargo, para EE.UU el solo hecho de que el país proclame el socialismo como desiderátum es razón para considerarlo amenaza. Sea con un presidente republicano, empresario y supremacista blanco, como Donald Trump, o sea con uno demócrata y afrodescendiente, como Obama, o sea con el de su leal y anciano Biden, el secular anticomunismo de la clase dirigente de EEUU siempre se impone.