Camaleones de ayer

Ubaldo García
Gráfica: Referencial

Nos sorprendemos al encontrar documentos con nombres de personas que actuaron abiertamente en contra de la independencia y que tiempo después ocupaban puestos dentro del gobierno republicano: el mejor ejemplo de camaleonismo se lo ha ganado Don Francisco Fernández de León, un español que vivió las diferentes etapas de la guerra y se la arregló para ser amigo de todos y ocupar altos cargos en los distintos momentos de gobiernos patriotas y realistas, pues con su cara bien lavada se ganó la amistad de Miranda, de Monteverde, de Bolívar, de Boves y hasta recibió prebendas del rey, títulos nobiliarios de la corona española pasando por todas las pruebas de compadrazgo y conchupancia hasta llegar a ser compinche con Doña María Antonia la hermana monarquista del Libertador.

En un documento de los realistas en los tiempos posteriores a la batalla de Carabobo, fechado el 20 de agosto de 1821, el Coronel Tomás García solicita a la corona reconocimientos ante su valentía por la salvación del Batallón Valencey bajo su mando en el combate y retirada, se hacen los distintos reconocimientos de los testigos y el firmante como juez fiscal es Don Feliciano Montenegro, jefe del estado mayor del ejército que existía para entonces en Puerto Cabello; la sorpresa es que este Montenegro, Don Feliciano es el mismo que agazapado existió bajo el gobierno de Páez después de 1830, autor de nuestra primera historia de Venezuela, fundador de los primeros colegios en Caracas para ofrecer enseñanza arreglada a la manera española a la juventud de la nueva república, los compendios de historia negando la obra de Bolívar existieron y fueron modelo para muchos de nuestros escritores en los largos años del caudillismo.

Por estos días del bicentenario de Carabobo en la revisión de viejos papeles encontramos los mismos actores en diferentes momentos y por supuesto la figura integral, clara y constructora de nuestro Libertador tratando de hacer las correcciones y dando el buen ejemplo: es el caso que un neogranadino Juan Bautista Mendoza, ocupado en la administración de las rentas bajo el gobierno español y ante la llegada del Libertador a Bogotá en ese enero de 1821, acude a su benevolencia para solicitar se le restituya su cargo, declarando que será en adelante un fiel cumplidor de las leyes revolucionarias: “quiero continuar mis servicios en la carrera de hacienda y reparar los quebrantos que he sufrido, por lo que pido se digne atenderla confiriéndole el empleo que solicitó”.

Eran los pescadores, los traficantes de influencias, los mismos que existieron en el tiempo de Morillo en Bogotá y tragaron saliva cuando llegó Bolívar en 1819 después de Boyacá, los mismos que bajo la capa de Santander se arroparon para minar y atacar por lo bajo al Libertador.

Don Simón José Antonio el genio caraqueño, adivinando la trampa en la adulancia del solicitante y tal vez en la averiguación con la gente respondió: “bajo esta nueva administración, no volverán a ser ricos los pretendientes que la han ejercido, puesto que ha tenido el gobierno tiempo necesario para aplicar la reforma de esta renta e impedir y evitar los abusos que han reinado en ella hasta hoy en el prejuicio del pueblo y el estado”.

Grandezas del hombre de las dificultades, razones visibles que han tratado de ocultar ante las poblaciones siempre aquellos Felicianos Montenegros que pensaron torcer la historia.