Científico y creyente piadoso, cualidades necesarias para un profesional de la medicina; eficaz intercesor de la omnipotencia de Dios, hombre que no solo curaba cuerpos sino también almas: son estas las virtudes que perfilan y definen al Dr. José Gregorio Hernández.
El beato José Gregorio Hernández participó en la fe en Dios, a través de sus extraordinarias virtudes, por las cuales le atribuyen el nombre de Médico de los Pobres. Diariamente estudiaba su ciencia médica, pero al mismo tiempo vivía la doctrina de Cristo.
Fue maestro de una de sus más grandes cátedras: la unidad de la ciencia y la fe. Nunca estuvo de acuerdo con la cultura de algunos científicos de su época, quienes expresaban que integraban la formación científica y no creían en la religión. El Dr. Hernández manifestaba su descontento con esa errante descripción.
Desde su infancia tenía muy arraigadas sus virtudes espirituales, fortaleciéndolas en su juventud y profesión como médico.Un hombre virtuoso con dotes espirituales los cuales le llevarían a ser ejemplo de quienes lo admiraban.
Religiosidad de cuna
Fue José Gregorio el segundo hijo del matrimonio Hernández Cisneros, llegando a la vida terrenal en el año de 1864. La religiosidad se denotaba en el hogar; su madre Doña Josefa se encargó de edificar el amor de Dios en su espíritu; y su padre, Don Benigno, buscó incentivar la ciencia en él, indicándole que la medicina era su profesión.
El compromiso del Venerable de seguir a Cristo inició en 1865, cuando recibió su primer sacramento, del cual expresaría su hermano Cesar que él nunca perdió la gracia que percibió allí. En el libro “Nuestro Tío José Gregorio” se reseña que el Santo Bautismo fue un “árbol gigantesco” que se fue desarrollando en el Siervo de Dios. El cristiano Hernández, renovó su promesa del primer sacramento acompañado por dos padrinos, ambos sacerdotes; confirmándose para el año 1867.
Doña Josefa fue guiando por los senderos de lo divino a José Gregorio, siendo ella ejemplo de solidaridad para sus hijos. Esta mujer confeccionaba con sus manos los ornamentos sacerdotales y de los altares para las celebraciones eucarísticas.
La familia se caracterizaba por tan notable fervor ardiente a la fe católica. Dentro de su hogar un pequeño oratorio era el lugar de encuentro al levantarse y al acostarse, siendo Doña Josefa, quien le dibujara en la frente a sus hijos una cruz, permitiendo que el dedo pulgar de su mano fuera el punzón para que repetidamente realizará el signo característico de los católicos.
Las enseñanzas de la madre de José Gregorio fueron innumerables en un tiempo efímero. Las primeras palabras que Jesús enseñó fueron las mismas que Dola Josefa hacía repetir a José Gregorio, al igual que las oraciones a Santa María Virgen.
El Dr Natalio Dominguez Rivera en el libro “José Gregorio Hernández, el médico que cura desde el cielo”, comenta que en el hogar del humilde matrimonio ya era costumbre el rezo del Santo Rosario, el Ángelus y el Ángel de mi guarda dulce compañía, junto a la bendición diaria a la madre del cielo.
El espíritu curioso y despierto por la fe del niño José Gregorio se regocijaba en la Virgen María, la cual visitaba todas las mañanas en el templo cercano a su casa y de rodillas a los pies de Nuestra Señora del Rosario elevaba su plegarias al cielo.
Apegado a sus padres y a su tía María Luisa Hernández, se convirtió en amigo de la Iglesia y de los Libros.
Su tía también era partícipe de sus enseñanzas, mostrándole que solo era necesario mirar el firmamento para concebir la sabiduría misericordiosa de Dios.
Cincuenta y cuatro días antes de cumplirse los diez años de matrimonio de los padres de José Gregorio, un acto imprevisto embriaga a la familia: Doña Josefa había culminado el servicio encomendado de Dios en esta tierra para continuar su caridad junto al creador.
Alfarero de la fe
Fue Doña Josefa el alfarero de la fe en su hijo segundogénito, a través de la sabiduría concedida. Desde entonces José Gregorio había heredado la gran caridad con los pobres y enfermos con la abnegación y fervor religioso, el cual practicaría hasta su último día terrenal.
La muerte de su madre significó su primer desacierto. Convirtiéndose en el guía de sus hermanos, los atendió, pero al mismo tiempo, confiado de su convicción de estudiar en Caracas, continuaba leyendo y escribiendo; preparándose así como un sabio a semejanza de su padre.
El sueño se materializó y José Gregorio Hernández inició sus estudios en Caracas, fue el primer paso en su camino a la ciencia.
Durante sus estudios fue un distinguido alumno, sus compañeros comentaban que era un modelo difícil de imitar, en su moral, virtudes y en el estricto cumplimiento del deber. Con tan solo 17 años de edad inicia su carrera en la medicina, dándole determinación al sueño que traía desde su terruño, Isnotu. Fue entonces cuando en 1888 se graduó de médico aplicando la pasión que describía que era: conocer y aprender.
El oriundo de Isnotú obtuvo una beca otorgada por el gobierno de turno para conseguir los últimos conocimientos en la ciencia, perfeccionando así su formación académica. Fue la oportunidad que tantas veces rezó, para atribuir sus conocimientos a su querida Venezuela.
Especialización
Se especializó en medicina avanzada e investigación científica en las Universidad de París en 1890. Así transcurrió gran parte de la vida del Beato Hernández, quien hizo de su profesión un verdadero apostolado, dedicado a los más desfavorecidos.
La sabiduría del Dr. Hernández no sólo era académica, sino también espiritual. El gran médico de cabecera de numerosas personas detuvo su formación profesional para entregar su vida a Dios; convencido de su vocación, intentó en dos oportunidades formarse como discípulo del Señor, siendo el intercesor de la palabra de Cristo a través de la Santa Iglesia.
José Gregorio Hernández, en su afán de ser sacerdote, viaja a Italia donde lo recibe Fray Marcelo, pero los quebrantos de salud que le aquejaban por el cambio de vida solo le permitieron su estadía por nueve meses obligándolo a regresar a Caracas.
Su último intento por dedicar su vida al servicio de Dios lo hizo en España, en el Seminario Pío latinoamericano, sin embargo, sólo permaneció cuatro meses debido a la tuberculosis pulmonar que le causó el retorno a su país de origen.
Consultorio en casa
Al regresar continuó dedicando su vida al servicio del pueblo, con sus grandes facetas de unir la ciencia y la fe, convirtiendo la sala de su casa en el consultorio donde recibía a los pacientes teniendo como prioridad a los más humildes de la ciudad.
Diariamente recibía a las personas sin distinción de modalidad de pago, imitando los principios de su libro de cabecera: El Kempis, donde se centra en la fe humilde, pero mayormente en los pobres y enfermos.
José Gregorio se encargaba de comprar las medicinas que él mismo recetaba como muestra de la misericordia divina. No le importaba lo que ganaba, este hombre buscaba hacer el bien ante Dios y la humanidad, demostrando que no tenía dificultad en conciliar lo científico con la fe. Él sabía que la ciencia era consecuencia directa de la fe.
Sus pies eran el vehículo que lo transportaba para cumplir con la labor diaria: la consulta a sus pacientes y la cátedra que dictaba en la universidad. El libro de Valdemar Pérez lo describe como el atleta olímpico bien preparado en su ciencia y su espíritu.
Con los hechos de su vida, finalmente demostró que la espiritualidad y lo científico tiene similitud a la Santísima Trinidad, que a pesar de ser personas distintas conforman un mismo cuerpo.