Don Antonio Nariño permaneció preso en la carraca de Cádiz por más de 4 años, hasta que se dio la insurgencia liberal en España; la revolución de Riego y Quiroga obligó al rey Fernando VII a jurar la constitución, eran los primeros meses del año 1820, ya no saldrían más expediciones de la monarquía para la reconquista de América. El rebelde neogranadino fue liberado y casi de inmediato se embarcó para América.
Eran muchas las buenas noticias llegadas hasta su calabozo, Bolívar retomaba el poder en Santa Fe de Bogotá y ahora desde una pequeña ciudad del Orinoco, se mostraba ante el mundo como un alfarero de repúblicas. Nariño llegó a la angostura el 25 de febrero de 1821 y siguió río arriba buscando su destino, en el cajón de Apure, lo esperaba el Libertador, en Achaguas el 31 de marzo se encontraron los dos hombres más importantes en el pensamiento y la acción de la emancipación americana; ambos se conocían desde hacía mucho tiempo pero las prisiones de Don Antonio y las dificultades de Don Simón no habían hecho posible un encuentro personal; ahora se abrazaban emocionados, Bolívar necesitaba de la participación y el talento del bogotano y este ya tenía escrito un proyecto de constitución, conversaron mucho, eran los días en los que se planeaba la campaña de Carabobo y el libertador muy ocupado encontró la persona adecuada para los trabajos de legislación pendientes en la instalación del congreso de Cúcuta.
El día 4 de abril, Bolívar nombró vicepresidente de la república a Don Antonio Nariño y lo envió con carta blanca para la Villa del Rosario, era la horma de su zapato: administrador, catedrático, estadista y contrario a la federación que tantos problemas nos había causado cuando las primeras repúblicas. El neogranadino había llegado tal vez en el mejor momento; sin embargo las pasiones, el fanatismo y principalmente las intrigas del poder le tenían guardados sus mayores dolores de cabeza, del alma y del corazón. El camino hacia el valle de San José en la frontera del llamado virreinato era largo y principalmente pernicioso en la espesura de las selvas de San Camilo, Uribante arriba antes de llegar a San Cristóbal. Aquel hombre de más de 50 años que llegaba para incorporarse al trabajo por la joven república colombiana ya traía plomo en sus alas y sus enfermedades lo aquejaban fuertemente.
Cuando el viejo luchador cundinamarqués se apareció en Cúcuta con su pasaporte de grandeza y las credenciales de vicepresidente refrendado por el mismísimo Bolívar, todos quedaron patas arriba, no se lo podían creer: era un aparecido fantasmal que regresaba para terminar con sus labores de parlamentario y el de republicano centralista; muchos lo recibieron con entusiasmo y alegrías, otros ya no estaban para abrazarlo pues habían dejado sus vidas en los combates y los más jóvenes apenas habían escuchado hablar del legendario luchador.
El choque de intereses por el poder se estableció desde aquel momento; Santander era gallito en su patio y había trabajado mucho en la sombra preparando aquel escenario para que un viejo aparecido viniera a querer adueñarse de la mesa y colocar los comensales a su antojo. Desde entonces las cartas marcadas se movieron, las influencias, compadrazgos y apariencias malsanas hicieron sus jugadas para sacar a Don Antonio Nariño Alvarez de las riendas de carreta republicana.
Prof. Ubaldo García
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