Si algo se compara con las pocas luces que Guaidó ha mostrado desde que se hizo hombre público, es su habilidad para hacerse de las divisas con las que las potencias extranjeras han financiado cualquier atrocidad, para tratar de acabar con la Revolución Bolivariana. Eso explica, quizás, su desvergüenza desmedida a la hora de comportarse como un cipayo asquerosamente servil.
Su última demostración de cómo en la extrema derecha se practica el doblamiento extremo de cerviz, ante una o varias potencias extranjeras, ocurrió a mediados de la semana pasada cuando salió en defensa de las medidas coercitivas y unilaterales tomadas por la Unión Europea en contra de Venezuela al firmar un comunicado, con membrete del reino de Narnia y manchado con lágrimas de cocodrilo, dejando constancia de la enorme tristeza que le causaba la expulsión de Isabel Brilhante, exrepresentante de la citada organización del viejo continente.
A Guaidó no le importa que la UE contribuya a que los venezolanos pasen penurias de todo tipo como consecuencia del bloqueo diplomático, político, económico y financiero ordenado, abierta o solapadamente, por los gobiernos de Estados Unidos que han transitado por la Casa Blanca desde hace casi dos décadas. Total, él pertenece a una camada de políticos que parecen haber sido criados con leche marca Judas.
Tranquilo Juan, seguro que en retribución por tu desinteresado gesto, la señora diplomática portuguesa tomará uno de tus taxis cuando vaya de visita a Madrid. Mientras ¿por qué no nos ahorras la pena ajena y al menos guardas la compostura? Trata de hacer como esos simpáticos pingüinitos de la película infantil Madagascar, que cuando son descubiertos en algunas de sus acciones de comando, optan por hacer mutis y mostrarse “gorditos y bonitos”.