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Gráfica: Cortesía
Hace 29 años los muchachos estaban chiquitos, o no habían nacido, y al despertarnos en la mañana y poner las noticias, nos sorprendió a todos aquel delgado Teniente Coronel que se había alzado en armas con un puñado de valientes. Alguien tal vez nos había llamado al teléfono local de la casa (No estaban tan de moda los celulares), y nos había informado que un grupo de militares patriotas se atrincheraba en el Cuartel de la Montaña, en la Planicie. Ya Maracaibo, Valencia, Maracay y otras plazas estaban bajo el control de los insurrectos.
Nadie sabía exactamente por qué, pero esa madrugada los carapintadas ya habían conquistado nuestros corazones.
De inmediato, por parte del pueblo llano surgió un gigantesco y espontáneo apoyo hacia aquel Comandante que había sido capturado y que con voz aplomada y serena, y con la mirada llena de futuro, nos hizo vivir en carne viva lo que había sentenciado José Martí: “Todo está dicho ya, pero cuando se dice con amor es como si fuera la primera vez”. Y entonces como un adolescente enamorado por primera vez, nos fuimos a reconquistar el cielo. Sabíamos que ese “Por ahora” era simplemente el destello que inaugura un sueño.
Así pasaron dos años en los cuales se nos contagió la voz de la conspiración. Nunca antes en Venezuela se había legitimado en el pueblo la etimología de esa hermosa palabra: “Conspirar”, que significa: “Respirar conjuntamente” o “respirar al mismo tiempo”, y efectivamente, cada vez que el Comandante respiraba, su exhalación e inspiración se hacía al unísono de todos nosotros.
Dije “Nunca antes en Venezuela”, y corrijo, si hubo otra conspiración nacional o respiración colectiva, y eso fue cuando Bolívar.
Recuerdo cuando salió de la cárcel, lo primero que hizo fue ir al Panteón Nacional, deslumbraba su sonrisa en su liquiliqui e irradiaba a millones de corazones que lo acompañaban esa mañana. Yo para verlo tuve que subirme a un árbol y así, esa mañana luminosa, pude ver a la distancia un celaje de rebeldía y esperanza, que son los ingredientes con que se cocina la patria buena.
Poco tiempo después de ser Chávez presidente, hubo una actividad política en la Plaza Bicentenaria, y extrañamente no dejaban entrar a la gente, sino solamente a “personalidades”. Yo pude pasar porque estaba invitado a cantar. En la entrada había una cinta amarilla de plástico que significaba: “El pueblo no puede pasar”. En algún momento llegó Lina Ron y en su estilo característico, rompió la cinta, y así pudo pasar la gente a pie que quería ver a su Comandante. Una mujer gorda sin zapatos, a quien se le veía que tenía muchas horas esperando y que venía de algún barrio de nuestra capital, también pudo pasar y se estacionó muy cerca de donde yo me estaba preparando para cantar, a ella la oí decir una de las frases más bellas que le he escuchado al pueblo. Esta bellísima alma dijo para sí misma y para el universo: “No importa lo que nos hagan Comandante, nosotros siempre lo vamos a seguir defendiendo”.
Para el año 2002 y luego del Golpe de Estado, me invitaron a cantar en una localidad del interior del país. Una vez terminada mi presentación, una mujer visiblemente emocionada que estaba con una niña como de 4 años me abordó al bajar de la tarima. Al abrazarme con uno de los abrazos más profundos que he recibido me dijo: “¿Y cómo no voy a amar yo a mi Comandante? Si gracias a mi Comandante esta niña está viva”. Acto seguido le abrió a la niña su camisita dejando su pecho infantil al descubierto y en el que se podía ver una cicatriz a la altura del esternón. A la niña le habían hecho una operación de corazón en Cuba para corregirle un defecto congénito que amenazaba su corta vida.
Si el cuento se cuenta hasta ahí, ya tiene un valor especial, pero la cosa continúa: La Señora en cuestión vivía en Caracas y durante el Sacudón del 89 le habían matado a sus dos hijos. Dejó la ciudad y se fue a vivir en aquel pueblo llanero, ahí fundó un Círculo Bolivariano, luego hizo una cooperativa y con ella obtuvo un crédito con el que compró dos máquinas de coser industriales, y se dedicó a fabricar y vender sábanas. Con las ganancias que obtenía decidió a recoger a niños de la calle. La niña que me mostró era una de 9 niños que esa hermosa alma había salvado de la calle. Mientras me contaba esto, yo con lágrimas en los ojos me preguntaba ¿Dónde estaría ahora esta Señora si no hubiera llegado Chávez? ¿Qué hubiera sido de la hermosa y tímida niña?
También para el 2002 y en una actividad cultural en el barrio Boquerón en donde estuve cantando, escuché la historia de María, a quien conocí. En la mañana del 12 de abril de 2002 y en pleno golpe de Estado, María de 84 años le entrega a su nuera una caja de zapatos en la que tenía como cinco mil bolívares y una libreta de ahorros de su pensión y se va para la calle. La nuera la mira desconcertada y medio asustada, ya que la Sra. María iba salir a la calle en una situación tan tensa como aquellos días, y le pregunta “Sra. María ¿Para dónde va Usted?” Y está decidida alma le responde con una decisión aplastante: “¡Yo voy a rescatar a mi Presidente!
Así, rememorando aquellas almas a quienes les escuché esas frases que solo los dioses pueden poner en boca de los seres humanos, me despido embebido con la sustancia de amor más alta y más pura que aquellas mujeres me enseñaron:
No importa lo que nos hagan Comandante, ¡Nosotros siempre lo vamos a seguir defendiendo! Porque ¿Cómo no voy a amar yo a mi Comandante? ¡Si cada día nos toca rescatarlo y ondearlo como una bandera en el día de la victoria!