Misión Verda/Gráfica: Cortesía
Se acabó, nominalmente, la era Pompeo. Preparémonos para el próximo bache letal, pero celebremos.
Mike Pompeo es sin duda alguna la figura que mejor ha trepado en la era Trump. Su trayectoria Congreso (Republicano por Kansas)-jefe de la CIA-Secretario de Estado encarnó el vector más destructivo, fanático y matón serial de entre las esquizoides facciones de poder y grupos contrapuestos (que preservan contactos y consensos) dentro del laberinto del imperio.
Cuando todos creíamos que la versión más extrema de la administración Trump la encontraríamos en el circunstancial y deprevado John Bolton, Pompeo veía cómo se estrellaba la cara contra la alfombra de la Oficina Oval, satisfecho ante la idea de que el desequilibrado bigote bélico pudo adelantar y llevar el peso de mantener plano la agenda ultrasionista, incondicional a la maquinaria de la guerra y operador ciclópeo lo suficientemente oscuro para quemarlo primero y seguir donde él quedó.
Pompeo es el más excepcionalista de todos, y lo que es más, él y su obesidad (física y mental) son la mejor factura, el hombre-síntesis de todo lo que es oscuro, cloaca y pelambre de pelo sucio bajo el sofá de casa de la suegra dentro del alma del imperio:
es un halcón-gallina (chicken-hawk: políticos sin experiencia de guerra directa que promueven acciones armadas donde ni él ni los suyos arriesgarán un milímetro su pellejo: piénsese en un Bolton, un Marco Rubio, un Mike Pence o un Dick Cheney o cualquier otro señor de la guerra nintendo);
es un incondicional del universo tóxico del recién difunto y habitante VIP del infierno, magnate de los casinos y financista de asentamientos ilegales en Palestina, Sheldon Adelson (igual que Bolton y la familia Trump), conexión directa con Paul Singer, patriarca de los fondos buitres;
como el vicepresidente, es un sionista cristiano, un aparente desternillado fanático donde quedaría por despejar qué son los asuntos de dios y cuáles los de su enmierdado bolsillo que, junto a Pence, no solo forman parte de uno de los negocios y mecanismos de control más prósperos de los Estados Unidos, en otra operación de despojo sistemático, sino que en la visión binaria y apocalíptica del mundo, todo enfrentamiento, todo antagonista o todo opositor pasa por el tamiz súper maniqueo del bien contra el mal, de Cristo contra el Diablo, en donde el apoyo irrestricto al apartheid israelí tiene una justificación espiritual, en la que la propia Irán se traduce en la encarnación de Satanás. Esta es la franja disciplinada e incondicional del voto a favor de Donald Trump, por encima de cualquier otro;
Es un neocon no necesariamente ortodoxo, pero sin duda inigualablemente plano en términos intelectuales, una morsa esclerótica con cataratas tiene más visión que Pompeo. Sus atributos, si se le puede llamar así, parecieran ir más en su habilidad (y capacidad de intriga y traición) que por sus operaciones intelectualizadas,
A pesar de nunca haber ido a la guerra y tener formación militar, Pompeo se graduó como primero de su clase en West Point en 1986, luego de una breve estancia militar en los últimos años de la Guerra Fría en Berlín occidental. Abandonó por la carrera de las armas y se dedicó al mundo del lobby y las corporaciones (Kansas es el núcleo territorial de los hermanos Koch, los sugar daddy de su carrera), no sin antes conservar una red de contactos, amistades e influencias, muchos de ellos acompañando durante su ascenso, y que se autodenominan (sí, ellos mismos) “la mafia de West Point”, todos, de la promoción de 1986.
West Point Mafia
Directamente con Pompeo trabajaron dos de sus alfiles que primero tuvieron cargos de dirección en la CIA y actualmente lo hacen en el Departamento de Estado, Ulrich Brechbul (asesor y reconocido como el jefe de gabinete de facto de Pompeo) y Brian Butalao, Oficial en Jefe de Operaciones. Los tres formaron con anterioridad la plana mayor de Thayer Aerospace, compañía que tiene capital Koch en sus orígenes desde que se dedicaba a venderle componentes aéreos al Pentágono.
Pero el combo tiene (muchas) más ramificaciones. El congresista Marc Green (Republicano – Tennesse), una compuerta permanente de las contratistas de la industria de las armas, de la que otro compañero, Dan Sauert, migró del la 32 Brigada del Comando del Ejército de Aire y Defensa de Miles llevando sus conocimientos (como los Zetas en México) al sector privado, pasando a ser el coordinador de los sistemas de misiles antiaéreos de Lockheed Martin en Arabia Saudita.
Es un tal lobista llamado David Urban, amigo de los tiempos de West Point, que conociendo a Trump desde 2012 pasó a ser la puerta de acceso del resto del grupo a la rama ejecutiva. La llegada de Pompeo, a su vez, hizo que los Koch tuvieran una vía directa al presidente.
Varios militares de alto rango —entre ellos el general Joseph Martin, segundo al mando del Estado Mayor Conjunto del Ejército, además de un rosario de CEOs y demás actores del mundo privado y del dinero como Joe de Pinto (de la cadena comercial 7-Eleven)—, tuvieron señoríos en la éra albóndiga que el pasado 20 de enero llegó a su fin.
Esta pequeña descripción no sugiere una teoría de la conspiración, sino que ilustra el acopio de un grupo de nombres que forman, uno de varios, grupos de poder dentro de las esferas de influencia y acción de Washington y el universo de las megacorporaciones del turbocapitalismo. Obedecen a una estructura y se entienden en esa clave en ese mundo, con muchos puntos en común con cualquier otro círculo de influencia (Republicano o Demócrata), totalmente dependiente de la deuda de la guerra y el casino económico, del despojo global. La mafia calabresa, la N’Dragheta, al menos simula tener un código.
“En Washington tenemos un sistema que no podría ser más legal pero que aún así, por cualquier definición, la Clase del 86 representa un conflicto de intereses gigante (y no son los únicos). Alumnos de ese año ahora acomodado en todos los niveles del estado de seguridad nacional: de la Casa Blanca al Pentágono al Congreso a K Street (la calle sede de los lobbys en Washington) a las junta directivas de las corporaciones. Y tienen tanto poder como una inversión profunda, financiera o de otro tipo, para mantener o expandir el estado de guerra (perpetua)”, dice Danny Sjursen, quien realizó el perfil grupal que sustenta este repaso.
La llegada de Tony Blinken al cargo de Secretario de Estado no desentona con ese principio. Queda claro que es un asunto estructural el de esa endogamia entre el sector privado y los funcionarios que pagan horas-culo en Washington. Cambia solo que con Blinken vuelven los señoritos patiquines (y las halconas humanitarias), con Pompeo sale una versión degradada del elenco de Padre de Familia. Pompeo es el Peter Griffin de la política exterior.
Pompeo predica la palabra… al mundo islámico
El Cairo es uno de los centros principales del mundo musulmán, y ahí fue Pompeo a asumirse en el púlpito para de un solo golpe atacar el discurso que Obama dio en el mismo sitio diez años antes (pie para ganarse el Nóbel) y despejar cualquier duda sobre si era un imbécil con sobrepeso. De grasa también.
Por supuesto, no hay mejor manera que señalar los errores y la destructividad en el Medio Oriente de la administración anterior lamentándose que su versión más demente de las cosas no se haya implantado, ya que la mejor solución es lamentarse por la falta de acción militar, en especial contra Irán, como el mayor error de Obama, y no, por supuesto, el intento casi exitoso de destrucción física y geopolítica de la región.
Al “Washington correcto” le hizo sulfurar el ataque a Obama, no los resultados de las acciones a su nombre en Libia o Siria. “Las buenas noticias son las siguientes: la era de la vergüenza autoinflingida de los Estados Unidos se acabó, al igual que las políticas [de Obama] que produjeron tanto sufrimiento innecesario. Ahora viene el verdadero nuevo comienzo”, dijo ante una atónita audiencia, ya bastante aturdida con las siete veces (en un discurso de 25 minutos) que Estados Unidos era una “fuerza del bien” o una “fuerza liberadora” en la región.
El otro tópico central de su misa de ataque fue Irán, llevada a estatus de encarnación del diablo en la tierra, con las consecuencias que ya sabemos. Y es que el saliente secretario de Estado, ante una audiencia islámica enfatizó su fe, el tener una biblia abierta en su oficina para que quedara bien claro de que su público no era el musulmán, sino el evangélico en casa. No hay mejor manera de profesar la paz que proclamar una versión actualizada de la Cruzada de los Niños en el centro neurálgico del islam.
Por esos días Bolton también andaba en lo mismo, pero en Turquía ganándose sin tapujos, también, el irrespeto de su contraparte como solo un depravado de su estatura pudiera hacer. Compitiendo por quién era más idiota superaron la barrera del sonido y declararon el premio desierto.
The West
Pero su apogeo llegó el 15 de febrero de 2020 en la Conferencia de Seguridad de Munich. Pompeo es como si un Rambo con artritis y flatulencia diera clases de geopolítica al Delta Force de Cine Millonario —¡por Venevisión!— un domingo insoportable y tremebundo en 1995.
No se había asentado el revuelo por el asesinato de Qassem Soleimani y Abu Mahdi al Mohandis a principios de año, en Bagdad, cuando ya el hombre-rueda lanzaba un discurso con título y estribillo “Occidente está ganando” (The West is Winning).
Palabras proféticas, porque como dos semanas después The West comenzó a volverse mierda con la crisis del covid-19 y mira ahora el estado deplorable en el que anda: su respuesta es Joe Biden. Y Mike Pompeo perdió su trabajo no sin antes irse con la marca del peor secretario de Estado de la historia de la humanidad, y eso que fue antecedido por Hillary Clinton (anémico Kerry de por medio).
Pero a diferencia de Trump, Pompeo sale prácticamente ileso. No importa la decisión de Pompeo de negarle acceso a periodistas que hicieran preguntas más o menos incómodas, o que usara su investidura y la institución que representa como un cenáculo de tráfico de influencia y donantes para su futura aspiración… presidencial.
Pero Caitlin Jonstone tiene razón, Pompeo pasa liso “porque su depravación es de la ‘normal’. El tipo al que estamos destinado a estar acostumbrados. El imperialismo excepcionalista, psicótico y asesino en masa, por el que los noticieros billonarios existen para proteger y facilitar”. Y eso es muy west.
Mike Pompeo es tan The West que su carrera es otra filial y subsidiaria del (delincuencial) imperio de los Hermanos Koch (aquí un excelente y exhaustivo perfil del complejo Koch de donde se extrae lo que viene).
El modelo de expoliación y control de narrativa que entraña ese imperio lo pudiera describir la entrada de los nefastos hermanos en la sostenida expoliación (con campaña de asesinatos) de los Osage, pueblo indígena originario de lo que hoy es justamente Kansas y “reubicados” en los desiertos pedernales del norte de Oklahoma.
A principios del siglo XX, sobre lo que ahora es la tierra Osage, se encontraron ingentes cantidades de petróleo. Desde 1912 los intereses económicos le declararon la guerra con una campaña de asesinatos, exterminio por goteo, para controlar los yacimientos que correspondían a los Osage.
Siendo investigados por fraude en la extracción de crudo, Charles Koch, aliado con Richard Mellon Scaife, heredero de los oligarcas Mellon, barones ladrones de uña y rabo, enviando a un contador de los suyos a auditar los yacimientos, fraudulentamente concluyendo que los Osage no solo no tenían razón en denunciar la extracción de los Koch, sino que eran morosos convirtiéndolos en los culpables mientras la expoliación (y el asesinato) continuaron. Ese es el modelo a gran escala, y Pompeo es parte de él, no importa cuán cristiano sea su (inmenso) envoltorio.
Baja el telón (quién sabe hasta cuándo)
No podía ser de otra forma. El señor que llevó a rango de política de Estado la potestad de decidir cuáles derechos humanos son más humanos que otros; en su última semana sancionó a los Huties en Yemen, lo que acentuará la peor crisis humanitaria del planeta.
Volvió a designar a Cuba como Estado patrocinador de terrorismo, alertó sobre la presencia del Partido Comunista en China, presentó en lógica de misérrimo power point la versión más estúpida de acusación contra Irán como el nuevo epicentro de las actividades de Al Qaeda, cenó con Netanyahu en territorio ocupado como diplomático en funciones, mientras se jacta de haber quedado “inspirado” luego de tener una conversación con Juan Guaidó, un “campeón de la libertad” según sus palabras. Y ahora quiere ser presidente.
Pero Pompeo, que no desaprovechó oportunidad de exponer “el vasto terreno vacío entre sus dos orejas”, es la nueva normalidad, y The West no dice nada, porque Mike Pompeo es tan la versión de The West que nadie querrá ver en él el criminal de guerra que es.
No importa si está en su casa, antes el dormitorio de la oficina del Secretario de Estado en Foggy Bottom, o alguno de los aviones del Departamento, o ahora con una nueva cátedra en Instituto Cato, la Heritage Foundation o el American Entrerprise Institute, Pompeo se despierta todas las mañanas enlagañado, espanta la picazón mañanera que lo aqueja en todos los confines de su circunferenciada fisonomía (donde alcanza llegar), se sienta frente a su laptop (…) y comienza a reflexionar sobre su predestino presidencial, cuando el arrebato del señor lo lleve a los confines celestiales, estando al frente del Apocalipsis presidencial.
Adiós, bola de m***, y que tus crímenes de guerra te alcancen primero.