El reloj avanza indetenible hacia el destino final del exdiputado Juan Guaidó. El 5 de enero del año 2.021 marcará el inicio de su amargo periplo hacia el ostracismo, el juicio implacable de la historia y la cárcel segura. Indiscutiblemente estos parecen los destinos de este nefasto personaje que en mala hora apareció en el horizonte de la política venezolana. El más destacado mercenario de la rabiosa fauna de la extrema derecha criolla.
La degradación política de Guaidó es inminente e irremediablemente fatal. No tiene precedentes. Ha quemado todo el capital político depositado en él por sus amos de la derecha y huérfano de credibilidad ya es incapaz de unir a sus abatidas huestes. Los putrefactos olores que emanan de su alma miserable han alejado a sus antiguos aliados. Ya están claros sus financistas y promotores que Guaidó es un fraude, un paquete chileno, una quimérica falacia sin capacidad para cumplir o ejecutar nada de lo prometido. Estados Unidos, la Unión Europea y el Cartel de Lima han visto pasar ante sus ojos dos años de absolutos fracasos y torpezas que evidencian la incapacidad de este aventajado aspirante a tirano.
Al interior de la Unión Europea parece que han dado la campanada al advertir los riesgos para la democracia (al devastar el espíritu de la elección popular y la alternabilidad en el poder), de seguir apoyando las insensatas acciones adelantadas por Guaidó y la extrema derecha (Voluntad Popular y Primero Justicia) para entronarse por siempre en la presidencia del gobierno imaginario. En Europa tragan grueso pues tienen bastante experiencia con los disparatados y sangrientos fracasos al imponer gobiernos satelitales (como en Libia o Afganistán). Todos sus experimentos fracasaron por la pequeñísima circunstancia de que los gobiernos títeres carecían en lo absoluto de legitimidad y apoyo popular.
Así, para ratificar su conducta contraria a la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, escondidos entre las nebulosas de las redes informáticas, el pasado 26 de diciembre, Guaidó y un dudoso quorum de 113 diputados virtuales (“votaron por igual titulares y suplentes”), más parecidos a un enjambre de vetustos fantasmas, ánimas en pena y hologramas borrosos, aprobaron de manera írrita, el falaz “marco jurídico” que sustentará a la autocracia del príncipe sempiterno, el autoproclamado benemérito Juan Guaidó.
El denominado “Estatuto” celestial para la “Transición” perpetua declara la derogatoria de la democracia en Venezuela e impone, por el graciosísimo antojo del príncipe Guaidó, la “continuidad constitucional” de todos los miembros de la Asamblea Nacional saliente, hasta que ocurra, entre otros disparates, “un hecho político sobrevenido y excepcional”. Es increíble que la descarada y putrefacta derecha venezolana siga apostando al golpismo y a las salidas violentas. Solo quieren asaltar el poder por la fuerza pues saben que por los votos no tienen ningún respaldo popular.
Aprovechando el “quorum” fantasmal, Guaidó también metió coleado la apócrifa reforma de la espuria “Ley del Fondo para la Liberación”, dejando claro para todo el planeta que la máxima prioridad de esta derecha apátrida es el insaciable deseo de meterle los dientes a cuantos activos y recursos financieros de la Nación pasen por sus rapiñeras garras. Son unos miserables hampones. Este supuesto fondo no es más que una jugosa piñata para llenar los bolsillos de la hambrienta cúpula de Voluntad Popular y Primero Justicia.
Para completar la desvergonzada violación de la Constitución, el “Estatuto” inventó una nueva estructura de gobierno llamada “Centro Político”, una especie de parapeto colectivo donde la cúpula del G4 se repartirá los cargos que el generoso príncipe Guaidó estime crear para sus avariciosos miembros.
Pero no todo fueron flores para el príncipe Guaidó. Nada de unanimidad ni aclamaciones. Los partidarios afines al protoprócer adeco Ramos Allup se inclinaron cortésmente por “salvar su voto al Proyecto de Ley de Reforma del Estatuto que rige la transición”, al parecer molestos, pues “Creemos que la mejor fórmula para garantizar el ejercicio de la continuidad constitucional de la Asamblea es con la aplicación plena de sus órganos y funciones”. Claramente no apoyan la creación de “Consejos”, parapetos ni tarantines dictatoriales alejados de la normativa constitucional. Les llegó un mínimo destello de razón y de racionalidad política. ¿Qué pasaría si todas las autoridades electas de este país se declaran en Modo Guaidó y se eternizan en sus cargos? La barbarie política y el caos, por supuesto.
El experimento Guaidó no cuajó. En los círculos diplomáticos de “los miles de países” que antes lo apoyaban, ahora lo reconocerán escasamente como un ornamento necesario, un insípido y obediente tótem, pues la derecha mundial necesita a su títere para insistir en sus recurrentes intentos de imponer en el poder a un gobierno sumiso que entregue sin remordimientos la soberanía y los recursos naturales de nuestra patria. Chau Guaidó.