Por Fernando Buen Abad
Nada hay en la investigación semiótica que pueda atomizarse o separarse del contexto histórico y social. Nada hay que pueda ignorar las determinaciones objetivas del debate capital-trabajo y, desde luego, nada es comprensible sin el reconocimiento sistematizado de las luchas semióticas emancipadoras protagonizadas por los pueblos según sus diversidades, su grado de organización, desarrollo e intervención transformadora.
Nosotros sabemos que en el corazón de la lucha de clases se verifica, también, la disputa por el “sentido”. Sabemos que tal cosa no es una controversia sólo para imponer ideas sino que se trata de una guerra, fundamentalmente, económica que despliega multiplicidad de armamentos incluyendo las armas de guerra ideológica. Nosotros sabemos que se trata de una guerra híbrida que mezcla, en una dinámica vertiginosa, ofensivas estéticas, morales, psicológicas, éticas… para garantizar al poder hegemónico burgués, larga vida y control absoluto sobre toda riqueza material e intelectual. Para garantizar el poderío sobre la clase oprimida. Por eso debemos transparentar los intereses en la producción del conocimiento.
Es necesario problematizar para intervenir con un modelo teórico-metodológico que cuantifique y cualifique el diagnóstico y el pronóstico, el análisis y el programa de intervención. El diagnóstico y la terapéutica. La observación y la transformación. La praxis. Es preciso subordinar las herramientas a los propósitos. Jamás lo contrario. No confundir la táctica con los principios. No unir para uniformar. No totalizar para reducir o simplificar. No omitir la ética ni burocratizar la crítica. Es preciso romper con todas las emboscadas con que se ha pervertido a la ciencia y, a cambio, re-politizarla y revolucionarla. Derrotar al fetichismo de la metodología.
En la producción de Sentido, en sus medios, modos y relaciones de producción se expresan íntegramente los intereses semánticos de clase, incluso en sus dispositivos más sofisticados. Incluso en los retruécanos ideológicos más perversos que hacen parecer “progresistas” a los intereses opresores más aviesos. Eso incluye teorías del Estado, teologías, Iglesias, academias y sectas de todo tipo. Eso incluye al “opio del pueblo” en todos sus modos y sus medios. Hemos tenido tiempo suficiente para conocerlos e impedirles que sigan engañándonos.
Nuestra semiosis se produce a partir de la realidad, de la experiencia objetiva que alimenta nuestra comprensión de lo general en la relación de la práctica y la experiencia base del conocimiento. Es eso lo que ponemos en comunicación, en comunidad para desarrollar la producción, la ciencia y la técnica cada día más complejos y profundos. También así podemos identificar, en la mercancía, los valores en uso y en cambio del sentido. Podemos identificar las mercancías ideológicas y su plusvalor ideológico. Sus financiamientos, sus mercados, sus estrategias de fidelidad y sus ciclos reproductivos. Toda la gama de sus trampas, sus argucias semántico-sintácticas y los repertorios de sus estereotipos diseñados para interlocutores prefabricados en segmentaciones tributarias del modo de vida, fabricado por la burguesía, para sí y para sus subordinados. Es imposible estudiar la producción de Sentido sin caracterizar el entorno capitalista de su producción.
No nos sirven los métodos del empiriocriticismo, ni los manuales para esconder la lucha de clases, ni las trampas para negar la dialéctica, ni los protocolos del subjetivismo escapista. No nos sirve la lógica de las evidencias en consensos ni los consensos de sectas. Necesitamos que lo cualitativo y lo cuantitativo conformen una ética emancipadora con programa crítico y revolucionario. Eso sería lo nuevo.