Esta semana celebramos a Chávez en voz alta porque fue su cumpleaños. Digo en voz alta porque nosotros celebramos a Chávez todos los días sin hacer mucho alboroto. En silencio pero en voz alta, cada quién lo celebra a su a su modo. Cada uno con un recuerdo, con esa parte de Chávez que lo ganó al chavismo. Chávez en pedacitos de memoria. Chávez para todos los gustos y necesidades.
Y es que Chávez nos habló a todos y a todos supo llegarnos. Así el chavismo se hizo de gente tan distinta tan apartada hasta entonces. Cristianos fervorosos y comunistas ateos juntos, codo a codo, culpeChávez, al punto que el cristiano terminó siendo un poco comunista y el comunista un poco cristiano. La señora clase media acomodada que en la ternura de Chávez encontró a un hijo, y la señora del barrio que en la misma ternura se encontró queriendo al mismo muchacho bueno que todas querían. Humildes obreros que escucharon en él su propia voz y profesionales que escucharon la suya, porque Chávez era todo lo que cada uno de nosotros vio en él, y cada uno de nosotros era un pedacito de Chávez.
¡Inaceptable arroz con mango! –vociferaban algunos entonces, cuando Chávez estaba haciendo el chavismo. Porque, entonces, cuando Chávez era presidente, también tenía sus descontentos, sus críticos, sus entendidos y académicos que giraban instrucciones según manuales científicos que Chávez leía, tomaba, usaba, desechaba y profanaba según cupiera o no en nuestra realidad venezolana.
No fuimos pocos los que pisamos el peine de “a Chávez lo tienen engañado” y preferimos creer, paradójicamente, que Chávez, ese hombre cuya genialidad nos hizo chavistas, era a la vez medio gafo y no se daba cuenta lo que pasaba en la calle. Y no voy a negar que algunas cosas le colaron, y bien dolorosas, y bien peligrosas, pero de ahí a aquel cotidiano “Chávez date cuenta que te tienen engañado” hay un gran trecho.
El peine del Chávez engañado era la cuña para romper al chavismo desde adentro: la sospecha sembrada de que todos los que rodeaban a Chávez era unos malvados vividores (que los hubo, sí) y unos ineptos (que te los tengo, también) embarró a chavistas trabajadores, leales, honestos, chavistas justos pagando por pecadores. ¡Mayor peine nos tragamos!
Entonces cualquier funcionario público, cualquier dirigente, cualquier chavista que tuviera cierta visibilidad era un malvado horroroso que más tarde Capriles bautizaría como “jalabolas y/o enchufado”, para terminar de darle forma al asunto. Lamentablemente muchos chavistas compraron la premisa caprilera. Todos eran malos, todos menos Chávez, lo que nos dejaba en la más absoluta y falsa orfandad de liderazgo, que solo fue superada cuando Chávez ya no estuvo, aunque algunos aún se aferran a su peine pisado.
Yo estoy absolutamente segura de que si Chávez fuera hoy el presidente estaríamos viviendo lo mismo que vivimos, el bloqueo sería igual de criminal, sus consecuencias igualmente terribles. Estoy absolutamente segura de que Chávez habría hecho lo mismo que Nicolás, porque el margen de acción habría sido el mismo, la maldad de enemigo la misma, los recursos (o la falta de ellos) los mismos, los compañeros, los mismos. Estoy también absolutamente segura de que habría un coro de chavistas escribiendo decepcionados que Chávez destruyó el legado de Chávez, porque ya nada es como en 2008, cuando fuimos el país más feliz (y rico) del mundo. Estoy segura de que igual estarían bajando los brazos, o levantándolos para defender al “chavismo verdadero” de las garras reformistas del mismísimo Chávez. Los tuvimos entonces, aunque algunos no lo quieran recordar. Los tendríamos ahora, si aún tuviéramos a Chávez.
Y es que cuando alguien querido se va, nos aferramos a su recuerdo, pero el mío, el bonito, el brillante, el que a cada uno le sacudió el alma o la conciencia, el que me conmueve, el que me mueve, el que me dio esperanza, el que se parece a mi, el que me gustó. Así este semana vimos a tantos Chávez, todos él, todos su voz y su imagen, cada uno diciendo lo que cada quien necesitaba que dijera. Vimos entonces al Chávez marxista alertando contra el reformismo, vimos al Chávez cristiano, al Chávez soldado, al Chávez de amarillo pollito, al chavez autocrítico y al crítico también, al Chávez pragmático, y Chávez chavista haciendo malavares con todos esos otros Chávez que eran él mismo. Lo vimos contento, cantando, lo vimos llorando de la risa, lo vimos llorando de dolor por el dolor de otros, lo vimos bravísimo, lo vimos serio, lo vimos tenso y lo vimos relajado, lo vimos conmovido y envuelto en ternura.
Y vimos, sí, y no podemos olvidarlo nunca a Chávez peleando con toda su fuerza contra los grupitos tendientes a la fractura. Lo vimos regañarlos en vivo y directo, lo vimos advertirles y advertirnos la última vez que nos habló: “Unidad, lucha, batalla y victoria”. No hay modo de romper ese compromiso y querer seguir llamándose chavista. No hay modo de bajar los brazos en plena guerra, para levantarlos en contra del objetivo del enemigo, que no es otro que nuestro gobierno. No hay modo de hacer eso sin ofender la memoria de Chávez, y hacerlo en nombre de su legado es la mayor ofensa de todas. No hay modo de ser sectarios porque la amplitud de Chavez es lo que hace del chavismo un movimiento tan amplio.
Refugiarse en un pedacito de lo que Chávez fue, en el pedacito que me conviene, y pretender convertir ese pedacito en el “chavismo verdadero”, es contradecir todo lo que Chávez hizo, fue y defendió.
O seguimos siendo todos Chávez, no en pedacitos, gremios y grupitos; e identificamos al enemigo verdadero, o ya no seremos nada.
Con el Mazo Dando / Carola Chávez
Gráfica: cortesía