El Coronel Antonio Nicolás Briceño es solicitado en el cuartel general del ejército por aquellos días de abril de 1813, el brigadier Don Simón Bolívar quiere conocer los detalles sobre los escándalos suscitados en las poblaciones de Táriba y San Cristóbal por las correrías de la tropa comandada por el abogado trujillano; llegan las órdenes y las ansiedades del “Diablo” por avanzar rápido sobre tierras venezolanas, hace que acepte la desobediencia y planifique los días para entablar su propia guerra; el dos de mayo salen de la villa por la concordia siguiendo el camino del río hasta donde se encuentra el Torbes con el Quinimarí, los ríos crecidos y encajonados señalan las rutas por donde los arrieros vienen y van hasta las llanuras de Barinas; aquel pequeño ejército está compuesto por hombres valerosos: hay algunos franceses, italianos y americanos del norte, neogranadinos y venezolanos aguerridos por la emancipación; desde el balcón de las últimas alturas del pie de monte se ve la serpiente zigzagueante del río Uribante que circula por entre las densas montañas de San Camilo. Las fuerzas españolas están advertidas de aquellas avanzadas, son superiores en recursos y tienen su inteligencia establecida, más abajo del hato de Don Gerbacio Rubio son emboscados y el desorden cumbe por todos lados, las fuerzas españolas tienen el control de aquellos territorios y el Coronel Briceño es capturado junto a una docena de sus oficiales en una lucha desigual y casi sin dar la pelea; unos cuantos dispersos se evaden por entre la espesura y buscan camino de regreso a San Cristóbal donde se presentan el 20 de mayo de 1813 para contar de la desgracia del Coronel trujillano que para aquellos momentos estaría prisionero y camino a Barinas para ser juzgado por alta traición a los designios del Rey.
Por la mañana vinieron los guardias para confirmar que los prisioneros seguían respirando bajo las normas establecidas en la cárcel de la ciudad de Barinas, es 15 de junio de 1813, día señalado para la sentencia impuesta por el fiscal José Martí con el fusilamiento de los insurgentes capturados en las bocas de San Camilo; esa madrugada el trujillano Antonio Nicolás Briceño comandante de los detenidos pidió papel y lápiz al padre Montilla que vino a confesarlo; “es para escribirle a Dolores”, su amada se había quedado en Cúcuta y pronto traería a la vida a su segunda hija; con pulso firme y el corazón en los labios se despide de su esposa y le dice: “mi idolatrada Lola: casi al borde de la tumba te escribo estas líneas, me encuentro en capilla para morir, perdóname si te hecho infeliz pero la patria era esclava y en la noche de la esclavitud no hay paz, no hay honra, no hay amor, no hay vida. Educa a nuestra adorable hija, dile que fui digno y que morí por la patria, adiós moriré pronunciando tu nombre.” Uno a uno fueron saliendo los presos a la luz del día, a lo lejos se escuchaban los disparos; son las 8:00 de la mañana hora señalada para morir, sale a la calle entre soldados armados y con su cara al cielo va marcando el paso militar entre la doble fila de vecinos, ante el paredón de la iglesia se niega a que lo venden y con una sonrisa en los labios recibe la descarga que lo echa por tierra, unos momentos antes le había gritado a su captores “fusílenme pronto para no sufrir por más tiempo a los tiranos de mi patria”, el noble trujillano cayó como sólo caen los grandes árboles de las montañas, que heridos por el golpe aleve del hacha; bajo el beso del sol y la caricia musical del viento, abren surco en el suelo con un estrepitoso remezón de gajos.
Ubaldo García
Gráfica: Referencial