El camino de José Gregorio Hernández a la santidad estuvo marcado por su don de servicio y caridad. Desde niño practicó y dio testimonio de su profundo amor a Dios, la fe, la piedad y la prédica cristiana. En varias ocasiones el beato insistió en su vocación sacerdotal.
Uno de los anhelos de José Gregorio fue vivir en la presencia de Dios, y en esa voluntad ingresó al monasterio de la Orden de San Bruno en La Cartuja de Farneta, Italia, en 1908 recibiendo el nombre de Fray Marcelo y egresó en 1909. Permaneció en este lugar donde aspiraba a vivir como monje de clausura por nueve meses.
El presbítero José Magdaleno Álvarez, párroco rector del Santuario Niño Jesús de Isnotú, explicó que la vida de un religioso o sacerdote es muy distinta a la de un monje, quien vive en conventos, en clausura, en absoluto silencio, sacrificio, mucha penitencia y dedicación a la oración, al estudio y al trabajo duro.
“Es un sistema muy rígido de vida, de sacrificio y de penitencia. Y ese era el anhelo del doctor José Gregorio Hernández, en algún momento lo vivió cuando logró entrar al convento de La Cartuja, que es de las órdenes de monjes quizá más exigentes en cuanto a ese estilo de vida, en Italia, donde experimentó experiencias muy bellas, pero no logró mantenerse allí, le faltaba mucha más energía física para aguantar el rigor de la vida conventual”, señaló.
Comentó que, a su regreso de Europa a causa de su delicado estado de salud, José Gregorio recibió autorización del arzobispo de Caracas para unirse al Seminario Diocesano Santa Rosa de Lima donde continuó preparándose. Luego, ingresó a los cursos de Teología en el Pontificio Colegio Pio Latinoamericano, en Roma; pero la salud del médico trujillano y el frío clima europeo no le permitió dedicarse como monje enclaustrado.
“Los investigadores de la vida del doctor Hernández se han dado cuenta que en el fondo San José Gregorio quería volver a La Cartuja, pero a través del sacerdocio podía dar un paso para regresar al convento y él allí tampoco le fue posible debido a que contrajo una enfermedad gravísima de los pulmones y debió abandonar… y pasaron los años y él ya no pudo regresar al convento, pero ahora entendemos que es la voluntad de Dios, porque lo quería con su familia, con sus pacientes de todos los estratos sociales, aunque tenía una preferencia con los humildes y pobres y con sus estudiantes, porque él casi nunca dejó de dar clases, siempre fue un profesor y se dedicó a su labor en favor de los demás”, manifestó.
Los intentos del hijo ilustre de Isnotú por ser sacerdote no fueron concretados y es que Dios le tenía otra misión. Su obra más destacada fue el bien común para los más débiles tanto de espíritu como de recursos económicos.
San José Gregorio Hernández Cisneros reunió diversas características que lo hicieron trascender en la historia religiosa, científica, universitaria, médica. Su inquebrantable espíritu está sembrado en el sentimiento del colectivo trujillano, venezolano y del mundo, como un hombre de ciencia, de fe, investigación, de amor al prójimo, de caridad y sobre todo como un laico ejemplar que nació en un pequeño pueblo llamado Isnotú para curar el cuerpo, alma y espíritu de todo aquel que invoque su intercesión.