Fue para José Vicente Rangel mi primer voto presidencial. Era 1983. “La campaña más decente la hizo él”, escuché decir a un adeco luego de conocerse el resultado electoral a favor de su copartidario, Jaime Lusinchi.
Fue él la primera persona, “de peso”, a quien transmití una denuncia formal, con perfil de corrupción. “¿Cuánto están cobrando por esos cupos”, me preguntó desde el otro lado del hilo telefónico un día de algún año de esa década, cuando le transmití los pocos datos que en aquel instante tenía sobre esa aberración que en la Cuarta República fue habitual contra el estudiantado más humilde y de escasos recursos.
Fue en él en quien, seguidamente, detecté la caballerosidad diáfana de quien no tiene ambages para asumir una posición determinada de vida. Una caballerosidad a prueba de todo, espejo de la razón como tanque y escudo para combatir en el campo más complejo –el de la ideología-, para lograr el triunfo sobre la violencia y el universo irracional donde quiera se halle.
“Trata de ver a José Vicente, trata de leer sus artículos”, fue de mis consejas a nóveles periodistas que buscaban en mí, algún tipo de orientación en pro de empezar a alimentar tan apasionante carrera. La “asesoría” no era vacua, pues, hasta a la última edición de José Vicente Hoy acudí como disciplinado alumno en busca de necesario aprendizaje.
“Ajá, preguntó esto, viene esto, yo diría esto, ¿qué preguntaría yo en su lugar?”, fueron parte de las reacciones que domingo tras domingo se desprendían ante el profesor que ocupaba mi espacio durante una enriquecedora hora semanal.
Ah, sin menospreciar ninguno de los textos hasta hoy consultados en la materia, admito que sus columnas impresas fueron mis predilectas en asunto de estilo, profundidad y precisión. Con absoluto respeto y reverencia pasaron ante mis sentidos.
Ni hablar del mérito sobre su entrega a la lucha por los derechos humanos, de quienes a él acudían al sentirse atropellados. De ello pueden dar fe, hasta quienes en tiempos reciente eso creyeron sentir.
Atesoro el patriótico recuerdo de haberlo entrevistado, telefónicamente en Yvke Mundial, durante las primeras horas de la madrugada del 13 de abril de 2002 exaltando la victoria de la democracia sobre la dictadura de Pedro Carmona Estanga. Ego de por medio, no era poca cosa compartir con el Ministro de la Defensa de la Revolución Bolivariana la alegría de aquellos históricos momentos.
“Nos vamos del gobierno, pero no de la Revolución”, dijo con franqueza, elegancia, certitud, aplomo y sinceridad al Comandante Hugo Chávez durante el acto en que junto a otro grupo de compatriotas era relevado de sus responsabilidades en el Gobierno. ¡Pocas veces frase alguna ha calado textualmente en mi memoria!
Hasta siempre, maestro. Tampoco usted aró en vano.
¡Chávez vive…la lucha sigue!