Los reveses producto de la desunión, siempre han sido una constante a lo largo de nuestra historia. Incluso, en determinados momentos y con variados matices, han impedido el avance en los tantos procesos de liberación popular habidos, que, desencadenando largos períodos de confrontación y explotación, postergan el derecho libérrimo de los pueblos a su autodeterminación, como sociedades libres, soberanas e independientes.
Si tomamos como punto de partida el principio hegeliano que establece que la identidad tiene raíces histórico-sociales profundas, de seguida vamos a adentrarnos en dos momentos históricos sociales que ayudan a comprender las complejidades de la unidad tanto en tiempos pretéritos como de actualidad.
El primer momento nos remonta hacia 1568, en que se libró en terrenos del valle de Caracas la batalla de Maracapana. Allí el poderoso cacique Guaicaipuro convoca a otros 16 caciques reuniendo a la Confederación Caribe, para sitiar por sorpresa con unos 16 mil guerreros la recién fundada ciudad de Caracas, y acabar con las huestes de Diego de Losada. La historia contada habla de deserciones del lado de los guerreros indígenas, desunión y traiciones. Los indígenas que se pasaron al bando español luchando contra Guaicaipuro y sus guerreros, igualmente fueron ejecutados, y así se consumó la derrota de uno de los primeros intentos de soberanía y de defensa territorial más importante de nuestra historia, que a la postre consolidó el poderío español hasta la primera década del siglo XIX.
El segundo momento se corresponde con la idea unionista del Libertador Simón Bolívar de convocar en junio de 1826 al Congreso Anfictiónico de Panamá. Dada la importancia de ese augusto congreso que tenía como objetivo conformar la integración de la República de Colombia, México, Perú y Centroamérica, en lo político, militar, económico, internacional, entre otros aspectos. Lamentablemente, fue infiltrado por Estados Unidos, en estrecha colaboración con Santander y la delegación del Perú, que se cuadraron con los postulados de la Santa Alianza, resquebrajando la unidad y sepultando aquella iniciativa bolivariana, que se proponía establecer un nuevo orden mundial y el equilibrio del universo, como el mismo padre Bolívar lo llamara.
Ambos momentos, como muchos otros más en nuestra historia ─que no enumeramos por falta de espacio─, ponen de relieve los efectos nefastos de las infiltraciones y de las traiciones, en situaciones coyunturales que pudieron haber cambiado el rumbo de los acontecimientos en favor de los procesos de liberación. Ahora, ¿qué relación guardan estos dos momentos con la actual coyuntura de Venezuela? Veamos.
El impacto de la pandemia Covid-19 ha tenido su epicentro en Estados Unidos, con los más altos niveles de contagio y muertes según la Organización Mundial de Salud (OMS); pero, además, ha descalabrado su economía, cayendo en una profunda recesión. Según cifras de la Reserva Federal llegará a -5.9% del Producto Interno Bruto (PIB), y unos 40 millones de empleos irrecuperables. Si a esto se suma los resultados nada halagadores en la guerra comercial con China, principalmente en las tecnologías 5G, la pérdida de la supremacía militar a expensas de la Federación Rusa en alianza con China, el vigoroso crecimiento y expansión de la ruta de la seda liderada por China. Sin dudas, estos factores acelerarán el desmoronamiento de la hegemonía unipolar de los Estados Unidos, que hubo de consolidarse finalizada la Segunda Guerra Mundial. En fin, un gigante herido y peligroso que pende sobre nosotros. Y ante ello, debemos disipar de nuestras filas a las tétricas sombras de Maracapana y de la Anfictionía de Panamá.
Estados Unidos, envuelto en violentas protestas raciales y a las puertas de una elección presidencial, buscarán desesperadamente en los próximos meses dirigir nuevamente su saña contra Venezuela para detener su caída y acabar con el chavismo, lo cual siguen intentado desde hace 20 años, sin ninguna posibilidad de éxito, gracias a la heroicidad y a la valentía de nuestro pueblo.
Sabemos que el enemigo trabaja a lo interno del chavismo ─como en otrora lo ha hecho, estando en vida el comandante Chávez─, para revivir el fantasma de la traición, las acciones divisionistas que desmoralicen la capacidad combativa del pueblo chavista, y colocarnos peligrosamente a un paso de una derrota táctica electoral el próximo 6D. Los líderes populares deben internalizar que por encima de las molestias, las diferencias propias de la diversidad política, debemos elevarnos en unidad para así garantizar en las más duras adversidades una necesaria victoria electoral contundente, mayoritaria, que legitime con votos la experiencia venezolana al socialismo.
¿De qué serviría tanto sacrificio, aguantar el más criminal bloqueo, si no somos capaces de unirnos para cambiar esta Asamblea Nacional, que la ultraderecha ha utilizado precisamente para infringir más dolor a nuestro pueblo, e intentar derrocar a nuestro presidente Nicolás Maduro, en función de entregar la soberanía, las riquezas y todo cuanto le ha exigido, el gobierno genocida y supremacista de Donald Trump? ¿Podrá más la mezquindad, los intereses subalternos de un grupito, para ponerse por encima de los deseos de paz y la dignidad de todo un pueblo? No más traiciones.
Urge recordar el sitio de Maracapana e invocar de igual forma el espíritu de la anfictionía del Congreso de Panamá, y traerlos al tiempo presente como ejemplo aleccionador, para perseverar en la construcción del Gran Bloque Histórico Latinoamericano y Caribeño, la Primera Gran Internacional Antiimperialista del siglo XXI, como plataforma unitaria de todos los partidos de izquierda, movimientos sociales y organizaciones del poder popular, para contribuir en el cambio de la correlación de fuerzas en el continente, derrotar al Covid-19 y avanzar en nuestro propio y nuevo orden mundial. ¡Nosotros Venceremos!