Por Carola Chávez
Hace seis años la vi entrar a su universidad. La vi caminar hacia la puerta y vi como levantaba la cara, cómo dejaba en cada paso la inseguridad y el miedo. Vi cómo las heridas que le dejaron tantos años de acoso escolar se iban transformando en una tesis de grado hermosa. ¡Publicación y difusión! dijeron las profas y profes y esta mamá apretando una servilletica bañada en lágrimas de amor, orgullo y agradecimiento.
A Nana le tocó pasar por la universidad en plena guerra. Durante estos casi seis años vimos pasar tantas cosas: las guarimbas, la guerra económica, el bloqueo y la “diáspora” y la merma de estudiantes porque contra ellos, contra los jóvenes, y sin son pobres mejor, eran las peores balas del enemigo.
A pesar de esas balas, cuando no hubo cauchos, ni baterías, ni repuestos y los autobuses se convirtieron en perreras, los profes de Unearte en Margarita se organizaron para dar clases en sus distintos municipios, para acercar las clases a los estudiantes. Cuando no hubo con qué pintar, consiguieron retales de madera y los profes compartieron amorosamente sus tubitos de óleo ya aplastados, de los que exprimían las últimas gotas de color. Todo servía. Nana tuvo una “época blanca”: un semestre de obras maravillosas hechas con restos pegostosos de una lata de pintura de casas.
Pero la guerra apretaba siempre más. De haber compartido clases con decenas de compañeros, hubo un momento en que Nana asistía a clases, si mucho, con dos estudiantes más, y tantas veces sola. Cuando todo parecía naufragio, un puñado de profes insistían en seguir remando convencidos de que si ese esfuerzo enorme y generoso servía para salvar aunque fuera un solo estudiante, entonces valía la pena.
¡Y parió la abuela! El COVID nos encerró pero Unearte siguió abriendo puertas y ventanas, esta vez digitales. Sumada la pandemia al contra viento y marea que supone la conectividad en esta isla “toda rodeada de agua”. Con señal o sin señal, el arte, abonada por los profes, seguía floreciendo en las manos de nuestros estudiantes, que también resistían.
Y llegó, ya casi sin que nadie lo esperara, el día de volver a los salones. Volvió Nana creyendo que retornaba a una universidad para ella solita, con el vacío que dejaron los amigos, pero pensando en la suerte de tener una universidad que seguía siempre abierta, aún cuando más fácil habría sido cerrarla. Y es que, en ninguna parte del mundo habría seguido funcionando un núcleo universitario, siempre lejano y pequeño, ahora menguado; y menos si es para las artes… y menos aún si es para los pobres. Pero esta es la Venezuela chavista y aquí pasan estos milagros, a pesar de la guerra.
Volvió Nana para sorprenderse con su universidad floreciendo. Los salones y pasillos de la pequeña sede llena de nuevos estudiantes. Los profes y profas ahí, de pie, vencedores, preparados para lo que venga; abriendo puertas al futuro y dejando su huella de dignidad en el pasado reciente, en la vida de los que, como a Nana, les tocó estudiar su carrera en un país en resistencia.
Nana volvió para presentar su tesis de grado. El fin de un ciclo de cotidiana heroicidad de todos. El tiempo universitario de Nana pasó… o no, porque tan poderosa fue su experiencia, tan grande el ejemplo de sus profes y profas, que ella está pensando quedarse con ellos en ese barco de colores bonito para ayudar a remar en los mares que nos toque navegar.
¡Gracias infinitas!