Por: Jesús Faría
El expansionismo de la OTAN hacia el este de Europa es el punto de partida del conflicto que sacude a Ucrania. Después de la disolución de la URSS (1991), las potencias occidentales prometieron que la OTAN no se acercaría a la frontera de Rusia. Sin embargo, incorporó a casi todas las naciones del antiguo socialismo europeo, tratando de establecer un cerco militar contra Rusia.
Ante ello, Putin estableció en Ucrania una línea roja para dicha expansión, pues con este paso la lianza militar (y su largo historial de guerras y terrorismo) llegaría a la frontera rusa. La posición de Rusia es absolutamente coherente: la pretendida seguridad de Ucrania ingresando a la OTAN no puede sustentarse en los peligros y amenazas que esto representa para Rusia. La seguridad debe ser una condición válida para todas las naciones en función de garantizar confianza y estabilidad. Rusia propuso un paquete de medidas para la seguridad de toda la región, pero la arrogancia imperial prefirió el rumbo de la confrontación, despreciando los intereses rusos y cerrando todas las puertas a las soluciones diplomáticas.
Adicionalmente a ello, se producían en Ucrania acontecimientos muy preocupantes. Por una parte, durante 8 años tuvo lugar una matanza contra la población rusa del Donbás con más de 14 mil muertos. Ahí se habían constituido repúblicas populares como resultado de la histeria antirrusa provocada por el Golpe de Estado en el año 2014, ejecutado por fuerzas fascistas e incitado desde los EEUU y la UE. Por otra parte, Ucrania sepultó el Acuerdo de Minsk que ellos mismos suscribieron (2014 y 2015) y que los obligaba a un cese de las agresiones a la población de Donbás, así como a negociaciones con sus líderes para definir su autonomía. Finalmente, Ucrania preparó una gran ofensiva militar contra el Donbás para finales de febrero de este año con el armamento recibido de occidente. Incluso, exigía convertirse en un poder nuclear.
En ese contexto, el presidente Putin inicia una operación militar especial para la desmilitarización y la desnazificación de Ucrania con el propósito de garantizar la seguridad de Rusia, la vida de la población rusa en ese país y extirpar las fuerzas nazis en Ucrania. Como se desprende de la acción militar, no se trata de invadir ni ocupar a Ucrania, sino de destruir la infraestructura militar (incluyendo los laboratorios estadounidenses de armas bacteriológicas), que la convierte en una amenaza para Rusia, todo ello preservando la vida la población civil que se ha visto seriamente afectada por la estrategia criminal de los neonazis que la utilizan como escudos humanos.
Los EEUU y sus aliados han adoptado brutales sanciones en contra de Rusia para destruir su economía en el ámbito financiero, bancario, tecnológico, energético, productivo, etc. Sin lugar a dudas, esto va a ocasionar problemas a su economía, pero estamos seguros de que Rusia, que se venía preparando para este estrangulamiento externo, saldrá fortalecida en su diversificación productiva y reduciendo su vulnerabilidad externa.
Por otra parte, los efectos de estas sanciones han sido desastrosos para la economía global. Los precios del petróleo y el gas se han disparado, lo mismo ocurre con otros commodities, entre ellos, los alimentos. También se registra un alza de los fertilizantes. Son reales los peligros de una onda inflacionaria y de recesión que arrastre a la economía global. Será demoledor el impacto político en los gobiernos de turno de EEUU y Europa.
La crisis creada por los EEUU y la OTAN en Ucrania constituye un fracaso para la política hegemónica del imperialismo y se traducirá en el fortalecimiento de las fuerzas que pugnan por la multipolaridad.